15 octubre 2006

El mar

Si de algo valioso queda privado el isleño en el cono sur, es del mar azul y calido. Es una perdida grande. Argentina posee toda clase de climas, parajes y ecosistemas en una tierra que se percibe como un gigantesco paraíso, pero no tiene en la costa ningún ejemplo.

En las playas, dicen, que cuando hace viento y eso es muy frecuente, la arena hace daño. El atlántico a su paso por las largas playas del país es todo menos calido y tranquilo. Aunque al llegar el verano, casi todos los porteños pueblan las localidades costeras de una manera desproporcionada, hasta el punto que hay que hacer cola para comer y protegerse del viento con carpas. Hay cientos de kilómetros de playas despobladas y sin embargo sorprende que los lugares concurridos no sean tantos. Observar fotos de la Playa Grande de Mar del Plata en Enero es sobrecogedor por su parecido al infierno pues es un hormiguero humano pegado al mar. Obviamente hay otros lugares que parecen tener cierto encanto pues son bonitas casas en medio de pinares con caminos sin pavimentar.

Los argentinos que quieren y pueden veranean en Punta del Este en Uruguay que es como El Arenal sólo en su estructura y lo exclusivo de San Sebastián o Biarritz donde el verde llega hasta el mar y elegantes casas y barrios se desparraman por interminables kilómetros de sobrada costa de arena.

Existen experiencias distintas mas al norte. Playas eternas sin un alma donde el paraje te hace sentir el hombre menguante pues es similar a la sabina mediterránea pero en grande, muy grande. Ese mar si atrapa. Por muy bravo y frío que sea contiene algo de la esencia perdida de la playa sin nadie. El Es Trenc de los ochenta. El paraíso perdido encontrado esta vez, lejos.

Cerca y espectacularmente guiados por unos amigos muy especiales, en un singular pueblecito costero llamado La Pedrera estuvimos en la fiesta aniversario del club social del lugar. Proyectaron un video nostálgico donde los personajes de toda la vida en este lugar asomado al atlántico, aparecían y desaparecían en encadenados al compás de Aquellas pequeñas cosas de Serrat. Duró tres minutos de fotos descoloridas, lo que duro la canción y lo suficiente para arrebatar la garganta de emoción. La Pedrera evocó con misteriosa claridad la vida mediterránea que dejamos atrás.

Nunca me habría imaginado que casi en el otro confín del mundo, al otro lado del espejo que es el ecuador, pudiera revivir de manera tan extraña las imágenes de la vida de Mallorca que vemos ya sólo en los álbumes familiares, además de tener la sensación de haber retrocedido en el tiempo y haber encontrado un lugar al fin donde pasar los días cuando el calor apriete. En San Antonio.

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