Cuatro ejemplos
Lo que voy a contar son simples ejemplos de acontecimientos cotidianos, de esos que cada semana se los puede topar uno delante y que bien pensado, para un mallorquín, son genuinos ejemplos de las antípodas culturales que son Buenos Aires y sus gentes.
Cuando un tipo decide que todo el mundo ha de ser testigo de su amor, decide colgar de lado a lado de la calle una pancarta pintada con muchos colores en la que se lee: " Teresa, te quiero", como la que permanece ahora colgada en la esquina de las calles Juncal y Uruguay. Puede ser también un "Feliz cumpleaños", un adiós a alguien que emigra o un ruego para que no se vaya. Los llaman "pasacalles" y forman parte del paisaje porteño. No me puedo imaginar lo mismo en la calle Bonaire. No.
Ir al cine a ver una película rumana subtitulada premiada como " Bucarest 12:08" puede ser algo raro en Palma, pero si además añadimos que el público de la sala esta lleno de pijos de verdad y de más que madura edad del barrio bien por decreto, ya alcanza sin problemas el calificativo de insólito. Y es que los mayores de clase muy bien acomodada, no se pierden una peli importada buena ni por error y si es francesa, entonces ya es lo más. El circuito comercial lo sabe y las importa a granel pues llena las salas durante varias semanas.
Seis chicos de unos veinte años charlando alrededor de una pizza con salami hablan de "Gran Hermano" que estos días causan furor pues se acerca la final. Nada extraño hasta que les escuchas atento, espiando conversaciones ajenas, se lo pasan bomba mezclando el mito de la caverna platónico, psicología social y analizando impactos mediáticos de ese porte. Otro día mientras caminas, una pareja que sale del cine no puede esperar a una análisis intenso y urgente de la película y en el autobús chicas estudian entre bamboleos y frenazos el parcial de turno. Impresiona por doquier estar rodeado de estudio, conocimiento, inquietud y curiosidad, se palpa en el ambiente la necesidad de formarse y entender. Si hay argentinos vagos, no son estos y son muchos.
Por último, las colas. La paciencia del porteño esperando que le toque turno roza lo incomprensible. A principios de mes los jubilados hacen colas para cobrar su pensión en un banco, colas de cuatro cuadras para comprar una entrada para ver a Boca, para ver a Jorge Drexler o a los chicos de High School Musical, colas en plena calle para una oferta de empleo, colas en las paradas de autobús, colas y más colas resignadas para hacer cola. La necesidad de hacer muchas cosas es grande y les da igual, están y estamos acostumbrados pues en los bancos, tramites administrativos y otros muchos lugares, la espera es larga y por todo hay que sacar numero. A veces no se donde muchos, sacan el tiempo para trabajar doce horas diarias, tener un plan para casi todos los días, ir de un lado a otro de la ciudad y además, las colas. Obviamente hay bastantes más ejemplos que contar...
Cuando un tipo decide que todo el mundo ha de ser testigo de su amor, decide colgar de lado a lado de la calle una pancarta pintada con muchos colores en la que se lee: " Teresa, te quiero", como la que permanece ahora colgada en la esquina de las calles Juncal y Uruguay. Puede ser también un "Feliz cumpleaños", un adiós a alguien que emigra o un ruego para que no se vaya. Los llaman "pasacalles" y forman parte del paisaje porteño. No me puedo imaginar lo mismo en la calle Bonaire. No.
Ir al cine a ver una película rumana subtitulada premiada como " Bucarest 12:08" puede ser algo raro en Palma, pero si además añadimos que el público de la sala esta lleno de pijos de verdad y de más que madura edad del barrio bien por decreto, ya alcanza sin problemas el calificativo de insólito. Y es que los mayores de clase muy bien acomodada, no se pierden una peli importada buena ni por error y si es francesa, entonces ya es lo más. El circuito comercial lo sabe y las importa a granel pues llena las salas durante varias semanas.
Seis chicos de unos veinte años charlando alrededor de una pizza con salami hablan de "Gran Hermano" que estos días causan furor pues se acerca la final. Nada extraño hasta que les escuchas atento, espiando conversaciones ajenas, se lo pasan bomba mezclando el mito de la caverna platónico, psicología social y analizando impactos mediáticos de ese porte. Otro día mientras caminas, una pareja que sale del cine no puede esperar a una análisis intenso y urgente de la película y en el autobús chicas estudian entre bamboleos y frenazos el parcial de turno. Impresiona por doquier estar rodeado de estudio, conocimiento, inquietud y curiosidad, se palpa en el ambiente la necesidad de formarse y entender. Si hay argentinos vagos, no son estos y son muchos.
Por último, las colas. La paciencia del porteño esperando que le toque turno roza lo incomprensible. A principios de mes los jubilados hacen colas para cobrar su pensión en un banco, colas de cuatro cuadras para comprar una entrada para ver a Boca, para ver a Jorge Drexler o a los chicos de High School Musical, colas en plena calle para una oferta de empleo, colas en las paradas de autobús, colas y más colas resignadas para hacer cola. La necesidad de hacer muchas cosas es grande y les da igual, están y estamos acostumbrados pues en los bancos, tramites administrativos y otros muchos lugares, la espera es larga y por todo hay que sacar numero. A veces no se donde muchos, sacan el tiempo para trabajar doce horas diarias, tener un plan para casi todos los días, ir de un lado a otro de la ciudad y además, las colas. Obviamente hay bastantes más ejemplos que contar...
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