La inseguridad
Me da la impresión de que por aquí no se quiere dar opción al azar, no se desea ser el resultado de un calculo de probabilidades y en definitiva una victima. Al menos no de la misma manera que otros lugares. Para ello se despliegan un sin fin de costumbres que se contagian, en ellas descansa buena parte de su actitud hacia lo imponderable, lo que escapa a su control pero que se empeña en creer que domina. Me refiero a ser victima de un robo. Si tomasen la misma conciencia a la hora de volar en avión o conducir por las carreteras nadie viajaría.
Decenas de veces he ido a oficinas y hogares donde el único dato es el numero de la calle, el piso y la letra. No hay nombres ni rótulos que te ayuden, todo es anónimo y misterioso con el fin de mantener a los amantes de lo ajeno que aquí incluye al fisco, lo suficientemente lejos. Hay estudios, bufetes, consultorios médicos, dentistas, psicoanalistas, locales comerciales en pisos mezclados con hogares. Sin membrete ni cartel ni abajo ni en la puerta. El que lo ha de saber, ya sabe.
Luego, la entrada a un edificio requiere toda una serie de protocolos que el foráneo aprende a fuerza de observar. Se da el caso innumerables veces que alguien sale del edificio cuando ya están bajando a abrirte (las puertas nunca se pueden abrir desde arriba, hay que bajar con la llave), entonces uno sabe que aunque no sea un ladrón ni tenga ninguna pinta de serlo, no ha de poner en el compromiso de entrar sin la venia, sin que alguien haya hecho sonar el timbre de la cerradura automática. Se crean a veces situaciones ridículas pues uno con el fin de imitar lo que ve le cierra la puerta en las narices a una anciana sin ningún aspecto de asaltante. Nadie hace ademán de entrar porque sabe que eso no se hace.
Es como que parece que están esperando ser asaltados de un momento a otro y posponen ese agrio acontecimiento desplegando un abanico de recaudos. Solo les falta hacer conjuros para espantar malvivientes (así les llaman los comisarios a los delincuentes que hablan a las cámaras de televisión). Es cierto que hay asaltos, robos, violaciones y demás delitos pero también es verdad que eso forma parte de la vida de una gran metrópoli. Maldigo en voz baja a los que antes de expatriarnos nos contaban historias de terror con el fin de alertarnos, al principio iba al cajero poco menos que envuelto en taquicardias y entregado al ese orden aleatorio. Hace ya muchísimo tiempo que nos sentimos casi tan seguros como en Palma. Precisamente fue allí donde padecí el ultimo delito, nos robaron el coche un mes antes de irnos.
Es una certeza que amigos nuestros han pasado por situaciones tremendas y pido permiso para frivolizar un poco con la porteña medio paranoica obsesión por la inseguridad donde hasta algunos policías controlan el mercado de los delitos mas comunes. Es una maraña de intereses superpuestos entre muchos delincuentes, alcaldes y la propia maldita policía, que se juega en serio la vida por un sueldo de llorar. Ni hablar de la policía bonaerense, la de la provincia. Esa si que puede hacer llorar, nos dicen.
El azar se ha portado bien con nosotros desde que llegamos y personalmente tengo mas miedo a la policía municipal de Palma y sus multas que de la policía federal argentina, donde en sus coches pintados en dos azules se lee "Al servicio de la comunidad". Tanto es así que uno puede a veces pedirle al policía de la esquina que te cuide el coche que acaba uno de aparcar en zona prohibida en lugar de poner la multa. Una vez fui testigo. Prometo escribir otra crónica muy distinta el día que suframos un asalto.
Decenas de veces he ido a oficinas y hogares donde el único dato es el numero de la calle, el piso y la letra. No hay nombres ni rótulos que te ayuden, todo es anónimo y misterioso con el fin de mantener a los amantes de lo ajeno que aquí incluye al fisco, lo suficientemente lejos. Hay estudios, bufetes, consultorios médicos, dentistas, psicoanalistas, locales comerciales en pisos mezclados con hogares. Sin membrete ni cartel ni abajo ni en la puerta. El que lo ha de saber, ya sabe.
Luego, la entrada a un edificio requiere toda una serie de protocolos que el foráneo aprende a fuerza de observar. Se da el caso innumerables veces que alguien sale del edificio cuando ya están bajando a abrirte (las puertas nunca se pueden abrir desde arriba, hay que bajar con la llave), entonces uno sabe que aunque no sea un ladrón ni tenga ninguna pinta de serlo, no ha de poner en el compromiso de entrar sin la venia, sin que alguien haya hecho sonar el timbre de la cerradura automática. Se crean a veces situaciones ridículas pues uno con el fin de imitar lo que ve le cierra la puerta en las narices a una anciana sin ningún aspecto de asaltante. Nadie hace ademán de entrar porque sabe que eso no se hace.
Es como que parece que están esperando ser asaltados de un momento a otro y posponen ese agrio acontecimiento desplegando un abanico de recaudos. Solo les falta hacer conjuros para espantar malvivientes (así les llaman los comisarios a los delincuentes que hablan a las cámaras de televisión). Es cierto que hay asaltos, robos, violaciones y demás delitos pero también es verdad que eso forma parte de la vida de una gran metrópoli. Maldigo en voz baja a los que antes de expatriarnos nos contaban historias de terror con el fin de alertarnos, al principio iba al cajero poco menos que envuelto en taquicardias y entregado al ese orden aleatorio. Hace ya muchísimo tiempo que nos sentimos casi tan seguros como en Palma. Precisamente fue allí donde padecí el ultimo delito, nos robaron el coche un mes antes de irnos.
Es una certeza que amigos nuestros han pasado por situaciones tremendas y pido permiso para frivolizar un poco con la porteña medio paranoica obsesión por la inseguridad donde hasta algunos policías controlan el mercado de los delitos mas comunes. Es una maraña de intereses superpuestos entre muchos delincuentes, alcaldes y la propia maldita policía, que se juega en serio la vida por un sueldo de llorar. Ni hablar de la policía bonaerense, la de la provincia. Esa si que puede hacer llorar, nos dicen.
El azar se ha portado bien con nosotros desde que llegamos y personalmente tengo mas miedo a la policía municipal de Palma y sus multas que de la policía federal argentina, donde en sus coches pintados en dos azules se lee "Al servicio de la comunidad". Tanto es así que uno puede a veces pedirle al policía de la esquina que te cuide el coche que acaba uno de aparcar en zona prohibida en lugar de poner la multa. Una vez fui testigo. Prometo escribir otra crónica muy distinta el día que suframos un asalto.
Etiquetas: Publicada en el DM
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio