03 diciembre 2006

El campo











A relativamente muy pocos kilómetros de Buenos Aires se encuentra uno ya con el campo. El campo no es un campo cualquiera, se podría decir que es la madre de todos los vistos y esa palabra engloba el concepto muy poderoso en Argentina de todo lo que tiene que ver con soja, trigo, maíz, vacas, silos, camiones, productores y muchos millones de dólares y personas alimentadas. Llanuras interminables de verde y vacas; vacas negras, marrones, marrones y blancas, marrones todas y pocas blancas y negras. Es un paisaje llano, fertil y eterno salpicado de silos y molinos de agua.

Ir al campo es encontrarse con una de las genuinas Argentinas, sus gentes nada tienen que ver con el porteño. Si la cordialidad y calidez del habitante de la capital ya le parece extravagante al mallorquín no me puedo imaginar ni de lejos la estremecedora alucinación que significaría ser tratado por un tipo de Pergamino o Chacabuco.

He tenido varias ocasiones de ser testigo, la primera de ellas fue en Necochea, fui tratado como un enviado diplomático, se corrieron mas de cien kilómetros solo para que pudiera hacer unas fotos de pasto para forrajes y unas vacas. El tiempo parecía dedicado solo a mi, fue hace tres años y tome mi primer mate junto a la cuadrilla de jornaleros ambulantes en medio de la nada bajo un sol de justicia dentro de una destartalada casa rodante. Mas tarde me di cuenta de que hasta las vacas disfrutan de la gente. La foto lo explica.

Otra vez, estuve en una chacra (pequeña granja) de cerdos donde me ofrecieron ricos embutidos, cerveza y calor humano a discreción mientras la mujer recordaba cuatro palabras en catalán que le había enseñado su madre. Hospitalidad en bruto donde nadie espera favores ni respuestas.

La ultima vez y acompañado de un tipo que me acababan de presentar. Los dos solos durante medio día de aquí para allá recorriendo caminos y rutas en un laberinto liso como el cielo. Inseminaron artificialmente maiz para la foto y en otro lugar vi como despues de una breve conversacion con mi acompañante, unos operarios que estaban en faena, dejaron todo y arrancaron dos cosechadoras gigantes, las sacaron del hangar y simularon detras de una zona de soja amarillenta y seca, estar cosechando para la foto. Pregunté si se les debia un favor algo perplejo por el esfuerzo realizado pero no habia favor ni esperaban nada. Todo de onda, de buen rollo. Se le llama una gauchada y de alguna manera ahora estoy agradeciendo con este escrito, a esas personas, esos momentos.

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