28 mayo 2006

Cruzar las calles


Por mucho que Buenos Aires resulte algo familiar en muchos sentidos existe una circunstancia que te recuerda con contundencia que es otra cultura y es la manera que tienen de comportarse al volante. Creen que conducen bien pues sus reflejos, frenos y sentido del espacio son envidiables pero el respeto por el otro, ya sea peatón o conductor ni siquiera es un concepto discutible, salvo contadísimas e inolvidables excepciones. El desafío mas pesado de la ciudad es aprender la técnica (pues llamarlo arte seria una provocación) de cruzar los pasos de peatones con o sin semáforo pues da lo mismo.

Se trata de iniciar la marcha de manera decidida intuyendo mas que sabiendo, que el conductor tendrá tiempo de frenar o en el peor de los casos esquivarte. Hay momentos que uno se siente mas un torero en el ruedo que un vulgar peatón pues como haya espacio suficiente entre peatón y peatón el coche aprovecha el momento. El truco esta en no acelerar ni ralentizar el paso.

El que conduce lo más seguro es que sea un taxista pues abundan pero es totalmente posible que sea una fina señora de barrio y coche caro, no hay clases a la hora de abrirse paso entre taxis, autobuses, coches y peatones. Aún así, nadie, creo sabrá explicarme por que todo el mundo que conduce parece ir con prisas y sin embargo casi todos los porteños llegan tarde a las citas.

Casi todo el mundo espera en el borde de la calle y no sobre la acera como si esa tonta trasgresión les autoafirmara en el placer porteño de hacer caso omiso de las reglas, como si no fuesen con el. Algunos cruzan tentando a la suerte mientras un autobús a 60Km/h le pasa a medio metro de su espalda y en el estilo más chulesco y con tremenda indiferencia es observado por los ya acostumbrados e impotentes testigos del cotidiano desafío.

Ahora se ha creado la nueva Guardia Urbana y nadie sabe si cambiará algo. De momento el ibérico "Ceda el paso" no existe ni como señal ni tradición, pasa primero el que primero llega al centro del cruce siempre que el otro no gane en tamaño. Se que hay otras muchas capitales donde es mucho peor, sin embargo aun no he ido.

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14 mayo 2006

Ir al teatro


El primer día que fuimos al teatro al poco tiempo de llegar nos quedamos mudos del asombro. Era un miércoles cualquiera de una semana como otra más, y tuvimos que abrirnos paso para acceder a la cola de entrada a la sala. Las multitudes a las puertas de los teatros forman parte del paisaje nocturno de Buenos Aires.

Era el Teatro San Martín, en la calle Corrientes casualmente pues podría haber sido en otra calle de la capital, en esa calle se concentran la mayoría de los teatros del circuito oficial pero hay mas de doscientos teatros de todos los tamaños, estilos y géneros desde lo clásico a lo alternativo. La cartelera de los periódicos no las recogen todas.

Ese teatro en especial forma parte de la red de teatros del Gobierno de la Ciudad y esta subvencionado, los jueves vale seis pesos y es lo que nos costó una de las obras que más aplaudimos en casi tres años. En el San Martín también se pueden comprar por Internet.

Esa noche , con el tiempo descubrimos que era una rutina mas de la noche de cualquier dia, la sala se llenó y cada vez que hemos ido a ver cualquier obra siempre me acuerdo de aquel momento en pensamos que si aquella ciudad y su pálpito nos estaba esperando, ahí estábamos dispuestos a sumergirnos sin respirar. Es un momento singular y recurrente ver como personas de todas las edades y tipos, unos vestidos para la ocasión, otros no, se acercaban a las colas de las taquillas a conseguir la anhelada entrada para la obra recomendada por el amigo o la crítica.

Se puede ir al teatro cada semana sin dejar de ver grandes libretos, interpretaciones excelentes y en definitiva saborear lentamente la gran calidad del teatro argentino. Ir al teatro es ya una liturgia que arraigó fácilmente en nuestras adoptadas costumbres porteñas, solos o con amigos para ir a comer algo a la salida es solo uno de los muchos alicientes que se generan al vivir en la capital de la Argentina. No es una experiencia propia, es la de muchísima gente que va al teatro. Es una costumbre sin la cual no se puede acometer la epopeya de ver lo mas interesante, pues se estrenan mas de media docena de obras cada semana.

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07 mayo 2006

El taxista

Un taxista hoy me contó esto: Un pasajero subió en el barrio porteño de Villa Crespo para ir al barrio de San Telmo. Una carrera larga. A medio camino el cliente sugirió que el taxímetro estaba trucado sin embargo comprobó el taxista que cada 200 m. caía la ficha. Todo estaba en orden. Siguió sugiriendo que era cuando tocaba la bocina o accionaba el intermitente. La bocina se le había estropeado el día anterior y el conductor le aposto mil pesos y la carrera gratis a que no podía ser la bocina.

El pasajero insistió algo mas y acabo comentando que era policía y que estaba "repodrido"-muy harto- de que le "chorrearan" (robaran). El "tachero" -taxista- le dijo: -Haber empezado por ahí!

Le dijo que podían ir a la comisaría y que le denunciase por robo pero que esa carrera aunque estuviese detenido toda la noche, la cobraba. El taxista no quiso ver la acreditación que le mostraba el pasajero pues no cambiaba nada, sabía que el taxímetro estaba en orden. -Yo le creo cuando dice que es policía, dijo, - pero usted no me cree cuando le digo que el medidor esta en perfecto estado! -El problema es suyo, le espetó al pasajero.

- ¿Como acabo? le pregunte al taxista.

Me respondió que aquel hombre pago finalmente la carrera pues no era policía ni nada parecido. El ritmo y poesía usados para contar la anécdota eran tan genuinamente porteños como la manera de intentar una carrera gratuita por parte del falso policía.

Yo acabe contándole mientras sacaba el dinero para pagarle que a unos amigos que venían de la Patagonia un colega suyo les cobro 18 pesos desde el aeroparque -aeropuerto de vuelos nacionales que se encuentra dentro de la ciudad- , a un cruce del barrio de Recoleta cuando todo el mundo sabe que son a lo sumo ocho pesos. Y lo marcaba el taxímetro.

Todas son experiencias muy argentinas, la estupenda charla con el simpático taxista, la viveza del falso policía y el pequeño timo. Hay en esta metrópoli unos cuarenta mil taxistas y sus vidas son ya parte y huella de la frenética historia del país. No se puede uno irse de la ciudad sin charlar con ellos de historia, de los políticos y de España, donde están sus hijos y hermanos.

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