El taxista
Un taxista hoy me contó esto: Un pasajero subió en el barrio porteño de Villa Crespo para ir al barrio de San Telmo. Una carrera larga. A medio camino el cliente sugirió que el taxímetro estaba trucado sin embargo comprobó el taxista que cada 200 m. caía la ficha. Todo estaba en orden. Siguió sugiriendo que era cuando tocaba la bocina o accionaba el intermitente. La bocina se le había estropeado el día anterior y el conductor le aposto mil pesos y la carrera gratis a que no podía ser la bocina.
El pasajero insistió algo mas y acabo comentando que era policía y que estaba "repodrido"-muy harto- de que le "chorrearan" (robaran). El "tachero" -taxista- le dijo: -Haber empezado por ahí!
Le dijo que podían ir a la comisaría y que le denunciase por robo pero que esa carrera aunque estuviese detenido toda la noche, la cobraba. El taxista no quiso ver la acreditación que le mostraba el pasajero pues no cambiaba nada, sabía que el taxímetro estaba en orden. -Yo le creo cuando dice que es policía, dijo, - pero usted no me cree cuando le digo que el medidor esta en perfecto estado! -El problema es suyo, le espetó al pasajero.
- ¿Como acabo? le pregunte al taxista.
Me respondió que aquel hombre pago finalmente la carrera pues no era policía ni nada parecido. El ritmo y poesía usados para contar la anécdota eran tan genuinamente porteños como la manera de intentar una carrera gratuita por parte del falso policía.
Yo acabe contándole mientras sacaba el dinero para pagarle que a unos amigos que venían de la Patagonia un colega suyo les cobro 18 pesos desde el aeroparque -aeropuerto de vuelos nacionales que se encuentra dentro de la ciudad- , a un cruce del barrio de Recoleta cuando todo el mundo sabe que son a lo sumo ocho pesos. Y lo marcaba el taxímetro.
Todas son experiencias muy argentinas, la estupenda charla con el simpático taxista, la viveza del falso policía y el pequeño timo. Hay en esta metrópoli unos cuarenta mil taxistas y sus vidas son ya parte y huella de la frenética historia del país. No se puede uno irse de la ciudad sin charlar con ellos de historia, de los políticos y de España, donde están sus hijos y hermanos.
El pasajero insistió algo mas y acabo comentando que era policía y que estaba "repodrido"-muy harto- de que le "chorrearan" (robaran). El "tachero" -taxista- le dijo: -Haber empezado por ahí!
Le dijo que podían ir a la comisaría y que le denunciase por robo pero que esa carrera aunque estuviese detenido toda la noche, la cobraba. El taxista no quiso ver la acreditación que le mostraba el pasajero pues no cambiaba nada, sabía que el taxímetro estaba en orden. -Yo le creo cuando dice que es policía, dijo, - pero usted no me cree cuando le digo que el medidor esta en perfecto estado! -El problema es suyo, le espetó al pasajero.
- ¿Como acabo? le pregunte al taxista.
Me respondió que aquel hombre pago finalmente la carrera pues no era policía ni nada parecido. El ritmo y poesía usados para contar la anécdota eran tan genuinamente porteños como la manera de intentar una carrera gratuita por parte del falso policía.
Yo acabe contándole mientras sacaba el dinero para pagarle que a unos amigos que venían de la Patagonia un colega suyo les cobro 18 pesos desde el aeroparque -aeropuerto de vuelos nacionales que se encuentra dentro de la ciudad- , a un cruce del barrio de Recoleta cuando todo el mundo sabe que son a lo sumo ocho pesos. Y lo marcaba el taxímetro.
Todas son experiencias muy argentinas, la estupenda charla con el simpático taxista, la viveza del falso policía y el pequeño timo. Hay en esta metrópoli unos cuarenta mil taxistas y sus vidas son ya parte y huella de la frenética historia del país. No se puede uno irse de la ciudad sin charlar con ellos de historia, de los políticos y de España, donde están sus hijos y hermanos.
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