La Bombonera
A mi no me gusta el futbol. La ultima vez que surgió esa pasión fue en los mundiales de hace dos años y no podía ser de otra manera pues uno corría el riesgo de sentirse muy desplazado y solo. Ya di buena cuenta en su día de lo que significa aquí el futbol pues esas semanas, mientras Argentina se mantenía en la clasificación todo era eso, futbol. En esas ocasiones especiales saco a flote parecida emoción a la que me llevo a Logroño en los ochenta con la fortuna de presenciar una de las subidas a primera del Mallorca. Mi historia futbolera se cuenta antes de que acabe un corto verso de Lorca. Y eso, en Argentina no ayuda.
Hace cuatro años conocí a un remisero (chofer con coche). Fue saliendo de una entrañable comida en una de las salas del Museo Benito Quinquela en el barrio de La Boca. Nos llevó hasta el centro y en el camino me cautivo su manera de contarme la historia y lugares. En esos momentos me di cuenta de quien podía ayudarme. Su amabilidad y calor humano rozaba lo indescifrable. Me acompaño a sacar fotos al principio cuando no me atrevía a ir solo y acabo conociendo a todo familiar y amigo que apareció por Ezeiza (el aeropuerto). Carlos vive en La Boca y es de Boca. Desde entonces, nuestra hija y yo fuimos presos de ese sentimiento. No lo entiendo ni yo, lo único que se es que cuando veo el estadio de Riverplate solo me fijaba en un hombrecito de mentira que simulaba pintar una valla publicitaria. En cambio cuando diviso en lontananza (por ejemplo, desde las terrazas del Museo Quinquela) el estadio de Boca Juniors no es que me sienta como para echar cohetes pero es distinto.
Mi cuñada argentina, que es de Boca, como mi hermano, fueron a ver un Boca-River allá en lo alto del estadio, vivieron el miedo de estar en un lugar que tiembla y de temer perder. Cosa que sucedió por culpa de un tal Maxi Lopez. A partir de ahí cualquier partido en España les parece una visita al patio de un colegio de primaria. Y claro, desde entonces estuvo en mi lista de deseos ir a La Bombonera. Y fuimos, pero a ver a Sabina y Serrat junto a 40.000 personas pero solo un especial y gran amigo seria capaz de hacerlo para lo que realmente toca: consiguió invitaciones y me llevó a verles jugar contra Independiente de Avellaneda. Un injusto empate pues pude ver la pasión de los xeneizes en vivo, bailando con el querido Riquelme. 10 contra 11 timoratos ante el incesante y acongojante cántico de guerra de miles de hinchas inimitables. Me dicen que turistas extranjeros pagan cientos de euros por compartir mesa y cancha con los bravos de la 12, la hinchada ultra (aquí, la barra). Su líder está en entre rejas pero su status permanence intacto y es que nada se mueve en Boca sin la complacencia mafiosa del jugador numero 12 y menos sin su presidente Macri que ahora es el alcalde de Buenos Aires.
Les llaman xeneizes porque la mayoria de los inmigrantes italianos que se instalaron en La Boca era de orígen genoves y así se dice en la lengua local. Para la bandera, después de largas discusiones acerca de los colores del equipo recien fundado en 1907, un tal Juan Bricheto dijo que el primer barco que pasara por el puerto definiría los colores de la camiseta. El barco que pasó era sueco.
Etiquetas: Publicada en el DM