Boedo al 640
Se unió una nueva actriz, una sustitución. Hubo ensayo general el otro día y volvimos. La vimos hace ya unos tres años y nos fascinó. Era un espectáculo más del teatro fuera de circuito (teatro off, le llaman aquí) donde un grupo de actores impresionantes, empujaban un muy especial libreto de Claudio Tolcachir que nació al arropo de la improvisación y una idea genial.
Se llama “La omisión de la familia Coleman”. Un sainete donde la risa es asombro y la tragedia purísimo teatro. Fue un privilegio poder verla ahora de nuevo. La obra vuela viajando mucho últimamente en festivales por el mundo. Fue como verla por primera vez y un placer inolvidable. Una de esas representaciones que sobresalen no solo por sus triunfos, giras y premios. De esas en las que todos los ocho personajes son uno; de esas en la que no eliges; de esas en que reirse es tan inevitable como insolente. Inevitablemente es un retrato de dejado atrás.
Pero lo que realmente me lleva a poner estas letras en un lejano diario es la fascinación por todo lo que rodea al esta escuela que también es teatro o viceversa. Se llama Timbre 4. En el centro de la urbe una puerta verde sin carteles da a un pasillo, en ese largo corredor hay cartelitos que piden silencio por respeto a los vecinos y al final el escenario. No hay ningún letrerito que diga que se impide el acceso una vez comenzada la función. Si alguien osara, si abriese la puerta se transformaría en actor al instante pues es acceso y escenario al mismo tiempo. Caben solo unas cincuenta personas, es cutre y en verano hace calor y cuando llueve intensamente se inunda. Creo que a nadie le importa. Es una de las escuelas de interpretación donde muchos quieren ir a aprender en Buenos Aires (que extraño placer volver a teclear el nombre de esta ciudad).
Los días en que hay representación, el futuro público se va acercando lentamente alrededor de la puerta verde en la Avenida Boedo, 640. Alguien abre la puerta dando permiso para pasar y van caminado despacio y callados como quien entra en un lugar respetado. La entrada, 20 pesos (unos 4 euros). Talentos de unos veinte o treinta cargan con el corazón de la actuación en sus entrañas. Maestros a los treinta, enseñando, o sobre las tablas, le dejan a uno reflexionando. Dedicación, vocación, compromiso y trabajo (mucho laburo) con tal intensidad y tiempo que le dejan afirmando a uno que todo es posible con el alma puesta. En un lugar como esta ciudad, donde el teatro es parte de su corazón no sorprende ya, que tanto talento este constante y tozudamente empujando a mareas de gente a colocarse felices y de a poco en la colas de las taquillas.
Se llama “La omisión de la familia Coleman”. Un sainete donde la risa es asombro y la tragedia purísimo teatro. Fue un privilegio poder verla ahora de nuevo. La obra vuela viajando mucho últimamente en festivales por el mundo. Fue como verla por primera vez y un placer inolvidable. Una de esas representaciones que sobresalen no solo por sus triunfos, giras y premios. De esas en las que todos los ocho personajes son uno; de esas en la que no eliges; de esas en que reirse es tan inevitable como insolente. Inevitablemente es un retrato de dejado atrás.
Pero lo que realmente me lleva a poner estas letras en un lejano diario es la fascinación por todo lo que rodea al esta escuela que también es teatro o viceversa. Se llama Timbre 4. En el centro de la urbe una puerta verde sin carteles da a un pasillo, en ese largo corredor hay cartelitos que piden silencio por respeto a los vecinos y al final el escenario. No hay ningún letrerito que diga que se impide el acceso una vez comenzada la función. Si alguien osara, si abriese la puerta se transformaría en actor al instante pues es acceso y escenario al mismo tiempo. Caben solo unas cincuenta personas, es cutre y en verano hace calor y cuando llueve intensamente se inunda. Creo que a nadie le importa. Es una de las escuelas de interpretación donde muchos quieren ir a aprender en Buenos Aires (que extraño placer volver a teclear el nombre de esta ciudad).
Los días en que hay representación, el futuro público se va acercando lentamente alrededor de la puerta verde en la Avenida Boedo, 640. Alguien abre la puerta dando permiso para pasar y van caminado despacio y callados como quien entra en un lugar respetado. La entrada, 20 pesos (unos 4 euros). Talentos de unos veinte o treinta cargan con el corazón de la actuación en sus entrañas. Maestros a los treinta, enseñando, o sobre las tablas, le dejan a uno reflexionando. Dedicación, vocación, compromiso y trabajo (mucho laburo) con tal intensidad y tiempo que le dejan afirmando a uno que todo es posible con el alma puesta. En un lugar como esta ciudad, donde el teatro es parte de su corazón no sorprende ya, que tanto talento este constante y tozudamente empujando a mareas de gente a colocarse felices y de a poco en la colas de las taquillas.
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